Sobre la Salida - Inge Valencia P.
Hace muchos años tuve la posibilidad de vivir en la isla de San Andrés. Una pequeña isla que hace parte del Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, anclado en el Caribe Occidental, cercano a la costa Caribe centroamericana pero que políticamente pertenece a la república de Colombia. La primera vez que llegué, sentí el peso de traer el origen del continente colombiano a las espaldas. Yo venía de Bogotá, y mi identidad andina, hispanófona contrastaba con un mundo de tradición anglófona, fronterizo, pero sobre todo inscrito en el Gran Caribe. Venir del continente hacía que me llamaran con una nueva palabra para mí: paña. Unas semanas después de estar en la isla supe, que paña proviene de “spaniard”. Así en el contexto de las islas hay un juego de relación entre quiénes venimos del continente, hablamos castellano y los españoles presentes en la colonización del Caribe de los siglos siglo XVIII y XIX. Para la gente nativa de las islas, ser paña está asociado a la representación de un sujeto invasivo que para ellos se instauró allí desde comienzos del siglo XX y que logró materializar la integración de este territorio insular al proyecto nacional colombiano. Ser paña, pero tratar de entender la insularidad, la importancia del mar y la historia del Archipiélago y su gente, ha sido un reto que me ha acompañado durante más de 15 años. Esta vez, el desafío fue compartido con estudiantes de los programas de Antropología, Sociología y el Centro de Estudios Afrodiaspóricos.
El caso del Archipiélago, parece brillar por su particularidad en tanto lugar fronterizo. Frontera norte de Colombia, límite entre el Caribe anglófono e hispanófono, ubicado en el corazón del Caribe occidental, las islas fueron lugar de paso de piratas, filibusteros y contrabandistas, y escenario de disputa de las luchas imperiales. Su importancia geoestratégica ha tenido por consecuencia que la historia del Archipiélago haya estado determinada por la constante superposición de migraciones, que al encontrarse en sus respectivas particularidades socioculturales, han hecho que la población nativa del Archipiélago, la isleña raizal, sea una población anglófona y en su mayoría protestante, pero que pertenece a Colombia, una nación hispanófona y predominantemente católica.
Las condiciones particulares de las islas -como la composición étnica y sociocultural de un sector de su población, y su desarrollo económico- históricamente han generado grandes desacuerdos frente a las maneras tradicionales de conformarse el proyecto de nación colombiano. Por esta razón en el transcurso de su historia, el Archipiélago ha vivido un intenso proceso de integración que no fue concertado, y que en algunos momentos se ha hecho con violencia. Una muestra de ello es la hispanización obligada y la imposición del credo católico que se hizo a comienzos del siglo XX, el despojo de tierras y bienes que comenzó a efectuarse desde mediados del siglo XX cuando a las islas se les inventó su vocación comercial y turística o el impulso a la migración de colombianos continentales que se hizo desde 1970 para asegurar su integración social y cultural a la nación. Debido a estas razones la relación entre los pobladores de las islas y el estado, ha estado marcada por un matiz conflictivo, al punto que un sector resiste a identificarse como colombiano. Actualmente en las islas habitan personas de diversos orígenes que llegaron desde Colombia continental, que ya tienen hijos y nietos nacidos en el Archipiélago, unido a las segundas y terceras generaciones de migraciones extranjeras provenientes de Líbano y Siria. Por lo tanto, el derecho exclusivo a permanecer en el territorio insular ya no compete solamente a los pobladores nativos o isleños-raizales, sino también a las personas que viniendo de diferentes lugares, iniciaron una vida en el Archipiélago.
En este contexto de diversidad cultural, y de la gran importancia geoestratégica que tienen estas pequeñas islas, uno se imaginaría que el estado se ha preocupado por hacer intervenciones acordadas con sus pobladores, y que el Archipiélago ha sido un lugar privilegiado para llevar a cabo las políticas del multiculturalismo de estado y de seguridad nacional. Pero una cosa son aquellas ideas e imaginarios sobre las islas, y otra las situaciones reales que hoy existen allí. El paraíso terrenal lleno de diversidad cultural anclado en el Caribe, que venden los catálogos turísticos se desmorona hoy: Tras las playas de arena blanca y el famoso mar de los siete colores, se erige una problemática sociocultural y económica inmensa. Una sociedad que no aparece en los folletos de turismo, donde cobra vida la marginalidad y donde el narcotráfico y la violencia irrumpen y se arraiga dejando cientos de víctimas, donde reinan problemas asociados al turismo como la drogadicción y la prostitución, donde la agricultura sólo se ve en los ancianos, y donde a veces el dialogo entre isleños-raizales y pañas-continentales se hace conflictivo.
Dos situaciones valen la pena resaltar para entender la situación de las islas,
La primera: En Colombia, la Constitución Política de 1991 permite que la población nativa de las islas, la isleña-raizal sea reconocida como grupo étnico, y permite que el Archipiélago sea reconocido como un departamento especial, lo que le da paso tener una administración propia en materia de control a la migración y la economía.
Estas políticas de reconocimiento, 25 años después, no han garantizado una protección a la población raizal. Por el contrario los procesos de despojo territorial se han profundizado, la población raizal es minoría en su propio territorio, y el acceso a importantes recursos como el agua, u otras situaciones como la sobrepoblación, el arraigo de la violencia asociada al narcotráfico continúan degradando el contexto insular.
La segunda: Si bien las políticas multiculturales que se materializaron, contribuyeron a visibilizar las problemáticas de integración y despojo vividas por la población isleña-raizal también profundizaron el conflicto existente entre los pobladores nativos y los migrantes provenientes de Colombia continental. Ahora el conflicto social se ha recrudecido, ya que no es gratuito que a la par de la difícil situación económica, hoy exista un enfrentamiento entre la población nativa, la isleña-raizal y los denominados como “otros”, los pañas-continentales. Tensión que es aunada por un contexto en el que el gobierno local esta afectado por un caso de corrupción sin precedentes, y donde la presencia estatal solo se traduce en el aumento del pie de fuerza, sin resolver la crisis de la salud y de la educación en la que está inmersa el archipiélago.
Durante la última semana de noviembre, los programas de antropología, sociología, y ciencia política de la universidad icesi, tuvimos la oportunidad de visitar las islas para conocer muchas de las problemáticas que estas afrontan actualmente. Fueron días intensos, de muchas actividades, caminatas y recorridos donde nos encontramos con muchas personas que generosamente nos abrieron sus puertas para compartirnos más sobre la vida insular.
Le damos las gracias a Omar Abril, diseñador industrial y gran amigo (de esos que se hacen en el mar) quien nos dio la bienvenida a las islas y nos dejó conocer un poco del contexto insular. A Silvia Torres, Sally Taylor, Shirley Cottrell, Luz Christopher y Silvia Benneth, todas mujeres san andresanas, brillantes activistas y académicas que trabajan en y para las islas desde distintas instituciones. A Adriana Santos, directora de la Universidad Nacional Sede Caribe, a las profesoras Raquel Sanmiguel, Ana Isabel Marquez, Johannie James y Osmani Castellanos, todas dedicadas mujeres de la universidad, por recibirnos y acogernos en nuestras actividades. Al pastor Edmiston Williams, Pastor's Assistant and Professor en la First Baptist Church y Miss Pauline Bowie del Flowers Hill Bilingual School por abrir un espacio para conocer de la historia de la religión bautista y del creole tan importantes para la población raizal. También le damos las gracias a Tomas Guerrero de Coralina, a Domingo Sanchez experto en asuntos ambientales y Carlos Orozco por compartir con nosotros todos sus saberes sobre los asuntos ambientales de las islas.
Finalmente queremos darle un agradecimiento especial a Greyberg Livingston, joven líder raizal que nos abrió un espacio, y nos invitó al rondon de pensamiento para compartir con los miembros de la comunidad raizal que adelantan la toma en el predio sobre la Av Newball. Aquí pudimos conocer un poco más sobre los justos reclamos que hace la población raizal, al Estado colombiano. Un Estado que desafortunadamente no ha comprendido la insularidad ni la particularidad de la población nativa de las islas, que no se acostumbra a la violencia, al despojo o a una presencia estatal encarnada únicamente a través de su pie de fuerza.
A continuación, presentamos una serie de relatos escritos y visuales realizados por estudiantes de antropología, sociología y ciencia política de la universidad icesi, quiénes tuvieron la posibilidad de visitar las islas en diciembre de 2018. La salida se realizó coordinada por los programas de ANT, SOC y CEAF y trabajamos sobre tres objetivos: conocer los procesos de organización política de la población raizal, su trayectoria como una población de la diáspora y conocer los impactos socio ambientales del turismo que se ha desarrollado en la isla.