Detrás de un Baldío - Natalia Zuluaga
- Salida de Campo San Andrés
- 17 ene 2019
- 3 Min. de lectura
Ante el despojo y la injusticia el raizal ¡Resiste!
En medio del abandono ¡Resiste!
A pesar del dolor ¡Resiste!
Los hijos del olvido defienden lo que es suyo por derecho, reclaman la tierra que les dio la vida y el mar que los cobija. El ímpetu de la isla, su belleza salvaje y su orgullo se manifiestan en el carácter del isleño, quien protegiendo su territorio, preserva el legado de sus ancestros y sus invaluables tesoros naturales.
Es seguro que al pensar en San Andrés lo primero que se cruce por la mente del lector sea una isla paradisíaca, que reúne aguas cristalinas, un hermoso paisaje de fauna marítima y playas de blanca arena. Pero esta hermosa isla esconde secretos que se esconden de turistas y residentes detrás de letreros destrozados y paredes de típicas casas isleñas. Más allá de vislumbrar un hermoso paisaje, que es, aparentemente, lo más entrañable del lugar, la isla cobija un pueblo que lucha por defender su tierra, sus raíces y la fuente de vida su comunidad, el mar.
Esta foto reúne, sin necesidad de usar muchas imágenes, lo que se esconde detrás de la belleza y el turismo de San Andrés. Cuando se camina por aquellas calles donde es imposible ocultarse del sol, se ignora, como si no se quisiera ver, la cantidad de carteles que informan sobre la propiedad de un terreno y las demandas sobre el mismo. En una de estas calles, ahí pegada al mar, estaba esta casa baldía y sin techo, relatando en su letrero la lucha de los isleños contra el despojo por la tierra. Detrás del turismo y el paraíso tropical se encuentra esto, un pueblo que no se rinde por demostrar la propiedad sobre su herencia ancestral; una comunidad que está en pie de lucha por recuperar su territorio, ese que el Estado, el turismo y los continentales les han arrancado sin vergüenza alguna. Empero, cuando se mira más allá, esta imagen no solo muestra poder y propiedad, nos enseña esos valores característicos del pueblo raizal. Isleños, nativos, raizales, que buscan construir su territorio autónomo en búsqueda de sana convivencia y paz.
Se dice que la ferocidad de un volcán, en medio del océano, arrojó restos rocosos que, agolpándose entre sí sobre un manto de calizas coralinas, dio nacimiento a una isla custodiada por arrecifes sobre los que la furia del mar se convierte en espuma. Allí, donde la tregua del agua con la tierra formó playas de arena blanca, manglares y montes escarpados. Allí, donde el viento sopla desde el este. Allí vive el raizal.
Su lengua nativa, el creole, compuesta por vocabulario originario del inglés y lenguas africanas que evocan dialectos originarios en Costa de Marfil, Ghana, Togo y Benín; tiene construcciones gramaticales propias y es un tesoro inmaterial que cuenta la historia de sus hablantes. Sus ancestros, de origen africano, fueron traídos desde la Isla Tortuga por colonos ingleses protestantes que llegaron a San Andrés huyendo de la persecución anglicana durante el siglo XVI. Se dice que el legado de los esclavos liberados fue la tierra que trabajaron con sus manos.
Dichas tierras no solo son un símbolo de la libertad obtenida por sus antepasados cientos de años atrás, sino también una representación intrínseca de su identidad. La esencia del raizal está materializada en aquel territorio que reposa en el corazón del mar. El espíritu de la isla vibra en el corazón del nativo, ambos sobreviven al unísono bajo el mismo sol que los vio nacer, despojar a uno es condenar al otro.
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